La señora X ha solicitado el divorcio. Todo ha sucedido mientras
leía el best-seller “Cincuenta sombras de
Gray”. Ella, una ejecutiva financiera londinense de más de 40 que gana casi
500.000 euros al año, quería una nueva vida erótica. Y la quería con su marido.
De manera que empezó por donde lo hacemos la mayoría: la ropa interior. Enfundada en su carísima lencería ultrasexy y
alzada sobre unos tacones de igual presupuesto, le susurró ardientemente a su
marido:
- Cariño, hagamos que todo esto sea más interesante…
- ¡Maldito libro! –respondió el atribulado esposo.
No me lo cuenta la señora X, a quien no tengo la suerte de
conocer. Lo leo en el periódico Daily Mail. Eso merece una cena de chicas: tres
horas de incesante cotilleo.
- Las leyes inglesas –aclaro tras engullir mis
linguini al fungi– te dejan divorciarte si tu pareja tiene un “comportamiento
poco razonable”, y eso es lo que ha alegado la banquera.
- Qué tía, ¡quería marcha! – añade Laura, una
devorahombres que en los restaurantes solo pide ensaladas–. Yo la
entiendo: te matas a trabajar y, al llegar a casa, lo que te pide el cuerpo es
relajarte un poquito. Yo, o quedo con un tío o me lanzo al Martini. Y ella, que
estará superestresada de tanto mandar, lo que quiere en la cama es que le
manden, lógico.
Parece ser que nuestra señora X proponía a su hombre
reproducir escenas de dominación como las que se describen en el libro: el
guapísimo, refinado, filantrópico y archimillonario Christian Gray somete a la
joven, rebelde ¡y virgen! universitaria Anastasia Steel. Le tira del pelo, le
pega, la azota, la folla a lo bestia, la castiga… Y ella se enamora locamente
de él.
- Yo creo que lo que a la banquera le apetecía era sentirse deseada apasionadamente. ¡Si decía que su marido nunca se acordaba del Día
de San Valentín! –opina Susana, siempre escéptica con respecto a los hombres–. Él
es un sinsangre, y ella añora la pasión.
- A lo mejor ella gana más que él y lo que quiere
es un macho alfa, un tío con poder que
le haga sentirse mujer.
Cecilia da su propia versión de los hechos mientras añade
más queso a los penne a la puttanesca. Y es que hace poco ha descubierto el
placer del bondage y conoce las delicias de sentirse dominada.
- Tal vez es solo una esnob y quiere apuntarse a
la moda más reciente: el sadomasoquismo; los ingleses son así.
El comentario de Celia hace que la cosa pierda su aura de encanto. Al fin y al cabo ella está
desencantada del sexo en general y de su reciente exmarido en particular: no ha
conocido la pasión. Nunca.
Aprovecho el silencio para expresar mi indignación sobre las
palabras de la abogada de la señora X, Amanda McAlister, sobre la que he
husmeado en facebook: además de abogada es medio periodista, una mujer
mediática.
- Habla de un fenómeno que llama “las pornomamis”,
ya que no solo su clienta es mayorcita sino que también lo es la autora del
libro, E.L. James, una madurita madre de dos adolescentes. Dice que hay un
cambio en las actitudes de las mujeres, cosa que no niego. Lo que me
molesta es el nombre, ese prefijo “porno“…
- Ay, Cris, tú siempre tan quisquillosa.
Pero no, no soy quisquillosa: las palabras crean realidades.
Si llamamos “porno” a lo que sencillamente es erótico y si convertimos en
fenómeno social lo que resulta completamente natural (que las madres deseen
sexualmente a los hombres) hacemos que lo normal sea algo extraño. Y eso es una
enorme fuente de problemas en la cama.
Al final de la cena, al calor del lambrusco y de la
conversación, acabamos desvelando
nuestras intimidades. La abogada/periodista McAlister diría que somos unas “pornocotillas”.
Seguro que tienes algo que decir sobre todo este asunto. ¿Te añades al "pornocotilleo"?
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