15 nov 2012

¡YO TAMBIÉN QUIERO UN GRAY!


La señora X ha solicitado el divorcio. Todo ha sucedido mientras leía el best-seller  “Cincuenta sombras de Gray”. Ella, una ejecutiva financiera londinense de más de 40 que gana casi 500.000 euros al año, quería una nueva vida erótica. Y la quería con su marido. De manera que empezó por donde lo hacemos la mayoría: la ropa interior.  Enfundada en su carísima lencería ultrasexy y alzada sobre unos tacones de igual presupuesto, le susurró ardientemente a su marido:

-   Cariño, hagamos que todo esto sea más interesante…
¡Maldito libro! –respondió el atribulado esposo.

No me lo cuenta la señora X, a quien no tengo la suerte de conocer. Lo leo en el periódico Daily Mail. Eso merece una cena de chicas: tres horas de incesante cotilleo.

Las leyes inglesas –aclaro tras engullir mis linguini al fungi– te dejan divorciarte si tu pareja tiene un “comportamiento poco razonable”, y eso es lo que ha alegado la banquera.
 Qué tía, ¡quería marcha! – añade Laura, una devorahombres que en los restaurantes solo pide ensalada­s–. Yo la entiendo: te matas a trabajar y, al llegar a casa, lo que te pide el cuerpo es relajarte un poquito. Yo, o quedo con un tío o me lanzo al Martini. Y ella, que estará superestresada de tanto mandar, lo que quiere en la cama es que le manden, lógico.

Parece ser que nuestra señora X proponía a su hombre reproducir escenas de dominación como las que se describen en el libro: el guapísimo, refinado, filantrópico y archimillonario Christian Gray somete a la joven, rebelde ¡y virgen! universitaria Anastasia Steel. Le tira del pelo, le pega, la azota, la folla a lo bestia, la castiga… Y ella se enamora locamente de él.

 Yo creo que lo que a la banquera le apetecía era sentirse deseada apasionadamente. ¡Si decía que su marido nunca se acordaba del Día de San Valentín! –opina Susana, siempre escéptica con respecto a los hombres–. Él es un sinsangre, y ella añora la pasión.
 A lo mejor ella gana más que él y lo que quiere es un macho alfa, un tío con poder que le haga sentirse mujer.

Cecilia da su propia versión de los hechos mientras añade más queso a los penne a la puttanesca. Y es que hace poco ha descubierto el placer del bondage y conoce las delicias de sentirse dominada.  

 Tal vez es solo una esnob y quiere apuntarse a la moda más reciente: el sadomasoquismo; los ingleses son así.

El comentario de Celia hace que la cosa pierda su aura de encanto.  Al fin y al cabo ella está desencantada del sexo en general y de su reciente exmarido en particular: no ha conocido la pasión. Nunca.

Aprovecho el silencio para expresar mi indignación sobre las palabras de la abogada de la señora X, Amanda McAlister, sobre la que he husmeado en facebook: además de abogada es medio periodista, una mujer mediática.

 Habla de un fenómeno que llama “las pornomamis”, ya que no solo su clienta es mayorcita sino que también lo es la autora del libro, E.L. James, una madurita madre de dos adolescentes. Dice que hay un cambio en las actitudes de las mujeres, cosa que no niego. Lo que me molesta es el nombre, ese prefijo “porno“…
 Ay, Cris, tú siempre tan quisquillosa.

Pero no, no soy quisquillosa: las palabras crean realidades. Si llamamos “porno” a lo que sencillamente es erótico y si convertimos en fenómeno social lo que resulta completamente natural (que las madres deseen sexualmente a los hombres) hacemos que lo normal sea algo extraño. Y eso es una enorme fuente de problemas en la cama.

Al final de la cena, al calor del lambrusco y de la conversación,  acabamos desvelando nuestras intimidades. La abogada/periodista McAlister diría que somos unas “pornocotillas”.


Seguro que tienes algo que decir sobre todo este asunto. ¿Te añades al "pornocotilleo"? 

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