22 abr 2013

Una venganza caliente


Marcela es una tipa dura. Como se considera sincera, verbaliza todo lo que se le pasa por la mente, sea quien sea su audiencia.

Con los hombres, la cosa no cambia. Que si “hijo, un poquito más de abdominales en el gimnasio, ¿no?”, que si “qué flojito has estado hoy, cielo”…

Yo la llamo Martila, por lo del rey de los hunos.

Un día se encontró a la horma de su zapato. Ella, que en teoría no tiene defecto que sacarse ya que es empresaria adinerada (es dueña de un hotel en Palma, la isla de mi infancia) y pibón total, dio con un Martilo que la dejó K.O.

El problema estaba en que mi amiga se había relajado un poco con el tinte: se le veían las raíces. Y el tipo se dio cuenta en la terraza de su aticazo con vistas al paseo marítimo, mientras engullían su brunch poscoito bajo la luz del sol.

-          - Nena, ve pidiendo cita en la pelu, que te veo las canas.

Mi amiga enmudeció y, lo imagino, se puso pálida de rabia: hasta el botox se le transparentaba, seguro. Pero calló.

-          - No quería romper el encanto, ¿sabes?
-         - ¿Qué encanto, Marce, cariño? Porque allí ya no quedaba ni gota, supongo.

Pero sí lo había, porque a la hostelera adineradísima el Andreu le gustaba. Estaba cachas, era un sobrado y manejaba más pasta que ella. Por primera vez no se sentía superior a su amante. Eso le ponía mucho más que sentirse una diosa, y hacía que todo tuviera un halo de encanto desconocido.

-          - Por la novedad, imagino, Cris.

En fin, que lo del tinte dio paso a “ese fucsia de las uñas es un poco parishilton”. Y luego a “he oído como hacías pis y me ha dado un bajonazo…”.  Y mi amiga, chitón.

-        - Tienes que frenar esto, Marcela. Esa no eres tú. Estás abducida.

Hasta que un día, para mi tranquilidad, llegó la venganza. Lo soltó mientras él le hacía sexo oral.

-         - Andreu, cariño, se te clarea un poco la coronilla.

Él frenó en seco y se puso rojo de furia. Se fue pitando a mirarse al espejo del baño.
De la erección no quedaba ni rastro.

-        - Era mentira, pero me quedé más ancha que larga, Cris.
-         -Y… ¿qué pasó a continuación?

-       -  Lo había calculado todo: estábamos en su chalet de Puerto Andraitx, que tiene en el baño unos focos halógenos que lo flipas (seguro que para que el tío pueda verse mejor los musculitos). Tenía para mirarse un buen rato así que guardé mi tanga en su cajón de la mesilla, salí despacio y arranqué mi porche a tope. Me pregunto si se le volverá a levantar la próxima vez que haga sexo oral a otra…

Los dos flancos fetiche tocados: la calva y la entrepierna. Mi amiga es Atila, sí.

   "Cariño, empiezas a tener entradas...".
   (Imagen de Ernest Chiriaka)